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¿Y si en lugar de multar, premiamos?



¿QUE PASA CUANDO UN TRABAJADOR LLEGA TARDE? ¿Cuando olvidó enviar un correo importante? ¿Cuando, en supuesta soledad, no utiliza el equipo de protección personal obligatorio y lo sorprendemos?

Tenemos diseñados procedimientos para llamar la atención, en donde algunos golpean directamente el bolsillo del trabajador o los bonos del grupo, procedimientos que pueden llegar al despedido. Tenemos trabajadores cumpliendo tareas -algunas aburridas, engorrosas, pesadas- de mala gana, sin tener un compromiso real con el cumplimiento de los objetivos de la empresa. Algunos esperando ser despedidos sólo para recibir sus prestaciones y quitarse de encima esa sensación de desagrado. Otros se quedan, compensando algunas veces ese desagrado con la utilización inapropiada de recursos -por ejemplo, invirtiendo tiempo en tareas personales o utilizando útiles de oficina para su propio beneficio-.

Nos hemos convertido en controladores de cada una de las acciones que realiza el colaborador (o por lo menos eso pretendemos) y cuando no tenemos el control nos sentimos mal. Convertidos en jueces y padres de nuestra gente, sin soltarlos ni confiar en su experiencia, en sus valores y en todo lo que hemos invertido en su capacitación.

Pero, ¿en qué momento buscamos que el trabajador llegue a sentir bienestar por estar en nuestra empresa? ¿En qué momento somos más flexibles con sus errores y más generosos con sus éxitos?

Buscamos capacitaciones que modifiquen en clima laboral y relaciones conflictivas, así como los comportamientos seguros, cuando los tenemos atrapados en sistemas cerrados y desmotivantes. Creemos algunas veces que un incentivo monetario es suficiente, y que pequeños detalles como celebrar su cumpleaños es suficiente para que se sienta incluido. Ya nos preguntamos qué quiere nuestra gente y diseñamos todo el qué hacer empresarial en torno a esa pregunta.

¿Y qué tal si dejamos de amonestar más y reconocemos más, si empoderamos más, si simplemente dejamos a cada colaborador ser el excelente profesional que es -por lo cual lo contratamos y por lo que estamos agradecidos- porque, fuera de la necesidad económica, está dispuesto a dar lo mejor de sí mismo? ¿Qué tal si empezamos a escucharlo más y a aplicar sus sugerencias de mejora? ¿Qué tal si lo respetamos más como ser humano desde sus necesidades básicas de reconocimiento y aceptación?

Que tal si dejamos de enfocarnos tanto en las multas por violar la ley de tránsito, el reglamento de salud y seguridad y otro montón de cosas, y empezamos a brindar reconocimiento público a aquellas empresas que cumplan y que se conviertan en referentes para el resto. Si empujamos los comportamientos seguros con diseños empresariales amigables en donde el trabajador pueda sentirse bien y por qué no, FELIZ. Feliz en un país en donde cada vez esto se hace inalcanzable; feliz de utilizar nuestro logo, nuestra política de calidad o de seguridad industrial. Feliz de volver cada mañana.

Este es nuestro reto: no el que simplemente cumpla con los indicadores, sino que los cumpla de forma orgánica y feliz -y, más allá: los mejore-. Es el reto puesto en las manos de todos los gestores y empresarios, un reto emocionante que seguro dará muchos más beneficios y menos gastos, mejor utilización de los recursos. Todo esto en lugar del desgastante quehacer del que vive controlando para amonestar.

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